JUAN VICENTE ALIAGA
La profundidad del armario
por Juan Vicente Aliaga
En México D.F hay una librería llamada El armario abierto. Sita en un barrio tranquilo, la colonia Condesa, de la gigantesca urbe mexicana, sorprende que haya que llamar a un timbre para que te abran el acceso. Se podría pensar que dada la mala fama de peligrosidad de la ciudad estamos ante una simple medida de seguridad, aunque el barrio en cuestión parezca de lo más sosegado.
Que un ámbito de cultura y conocimiento como el citado se proteja de esa forma no es algo nuevo ni exclusivo de México, sucede también en otros lares. Y cito a modo de ejemplo la librería El Cobertizo de Valencia, y Babele en Roma. Los tres establecimientos dan servicio a lo que últimamente se ha denominado comunidad GLBT (Gay, Lesbiana, Bisexual y Transgénero) y son referentes de primer orden cultural en sus respectivos países.
Más allá del respeto al derecho de admisión que rige los reglamentos de las empresas, subsiste en esta actitud protectora el miedo a que dicho espacio recibe las iras de algún homófobo de turno. Y cierto es que no están libres de ataques de esa laya.
Durante decenios un manto de invisibilidad y de vergüenza impedía que muchos hombres y mujeres homosexuales se expresaran con libertad en el ámbito de los afectos y la sexualidad. Los años noventa han traído, tras la lucha contra la marginación que sufrieron (y todavía hoy) los enfermos de Sida, y la aparición del pensamiento queer amén de las multitudinarias manifestaciones del día del orgullo, la conciencia de que hay que quitarse la careta con la que algunos desfilaban incluso el mismo 28 de junio.
Sin duda este acto de desinhibición conlleva un aumento de la autoestima de que tan faltos han estado lesbianas y gays llevando a cuestas el sentido de culpabilidad que la ideología judeo-cristiana había inculcado mediante sistemas opresivos como la familia o la escuela. Y resalto lo de opresivos en unos momentos como los actuales en donde se alzan panegíricos en torno a la familia (refugio, colchón, sostén: así lo consideran, según las encuestas, muchos españoles), un ámbito en el que todavía anida la desigualdad y se enseñan los valores de género normativos que separan de modo estricto la masculinidad de la feminidad.
La salida del armario está en boga. Me refiero al coming out, a no confundir con el outing como hacen algunos medios de comunicación en España e incluso algunos dirigentes de la comunidad GLBT. Outing significa sacar a empellones a alguien que siendo homo lleva a cabo un comportamiento discriminatorio en relación a la homosexualidad y por ello puede ser desenmascarado.
No se debe trivializar: ha costado mucho esfuerzo y sufrimiento a gays y lesbianas salir del armario para que ahora, sin ninguna consideración, en algunos sectores se ironice al respecto hasta el punto de que salir del armario equivale a desvelar cualquier secreto o haber ocultado algún timo o estafa. Los heterosexuales nunca han tenido que pasar por el trance, cercano a la confesión, de revelar sus preferencias en un círculo que temían hostil o poco acogedor a sus inclinaciones y deseos. Se debería pensar en ello cuando se burlan de la salida del armario. Un salida que es un proceso, a veces muy largo y en diferentes etapas, y es que el armario tiene muchas puertas y antes de alcanzar la última, se suceden una ristra de portezuelas interiores y de obstáculos que vencer. El armario es muy profundo, una estructura como diría Eve Kosofsky Sedgwick de la que extraer enormes consecuencias para quienes lo padecen e incluso para quienes supuestamente están fuera.
Una salida completa supondría, de modo ideal, no sólo que los más cercanos supieran que tu forma de amar o de practicar sexo es perfectamente légitima y tan válida como la de quienes eligen a personas del sexo opuesto sino que en el ámbito laboral e incluso e cualquier otro, sea de esparcimiento o de otro tipo, no se tuviera que volver, aunque fuese de forma provisional, a cerrar algunas puertas.
El espacio público es territorio heterosexual. Dicho esto, conviene matizar que no todo él está cargado con los mismos signos o semejantes connotaciones. Hay lugares que parecen especialmente homófobos y donde se temen las posibles agresiones verbales o la exhibición de los puños: un estadio de fútbol, por ejemplo. Más llevadera es una calle de una arteria central en un día de compras o los aledaños de una zona percibida como gay-friendly. La ciudad no puede tener espacios acotados o exclusivos aunque entiendo por qué ha surgido lo que se denomina despectivamente (cosa que no comparto) el gueto.
Sin embargo, para lograr la igualdad es preciso superar esas barreras geográficas y mentales (esa cohibición que nos atenaza y que no es simple timidez sino fruto de presiones sociales) y manifestarse sin pudor en cualquier espacio público. Y no valen excusas que han calado también en la comunidad GLBT: ¿por qué dos chicas que se besen sin recato junto a una iglesia supondría un acto de provocación o de propaganda y no lo sería tanto de tratarse de una pareja hetero? La visibilidad de la heterosexualidad es tan aplastantemente mayoritaria que supera, al parecer, la intención del proselitismo. No se trata en absoluto de impedirla sino de fortalecer la salida del armario en todas sus expresiones.
Gays y lesbianas hemos interiorizado hasta extremos impensables el sentido de la vergüenza, consecuencia en parte de la falta de referentes y del lastre demoledor que las injurias dejan en nosotros, que nos ponemos todo tipo de pretextos para evitar manifestarnos sin tapujos. Fijémonos en el uso pernicioso del lenguaje incluso en círculos de entendidos: cuando un homo o una bollo habla en público de sus gustos sexuales está haciendo un acto de proclamación y por ello se le censura; la discreción parece la norma a seguir, de lo contrario se corre el peligro de ser una loca desatada, un abismo en el que un gay de buenas maneras y costumbres no quiere caer. El temor a ser percibido como un afeminado es sentido por muchos gays. Pero en lugar de rechazar esa construcción homófoba desdeñan a la loca. Y ello se deriva claramente de la única figura/imagen que las estrategias homófobas aprueban para el homosexual. No deja de ser una estrategia de protección dado que el heterosexual no se siente concernido pues el macho está alejado de ese ahembramiento. Si en el imaginario colectivo los heteros percibiesen que tipos acordes con el modelo clásico de masculinidad como el actor Brad Davis, que era bisexual, o el cineasta Rainer Werner Fassbinder, que era homo, no eran de sus mismos gustos, esto sí podría poner en tela de juicio su masculinidad pues la de los nombres citados (machos gays, a la postre) está fuera de toda duda. Desde un planteamiento ortodoxo parece conveniente en cambio reforzar la ecuación afeminamiento y homosexualidad para que el macho hetero guarde para sí el tarro de las esencias.
Pensemos en ejemplos de heteros hiperbólicos o no tanto, según se mire: el ex alcalde de Marbella Jesús Gil, siempre con un término chusco en la boca, o el presidente del gobierno español José María Aznar que hace gala del tamaño de sus genitales. Aun siendo heteros muchos no se sienten necesariamente vinculados con ellos ni siquiera perderían tiempo en pensarlo. No se les identifica con la heterosexualidad: la razón estriba en la existencia de la gran diversidad de iconos heterosexuales y en el hecho de que el discurso dominante no admite cuestionamientos.
Los heterosexuales hablan continuamente, sin tregua, de su heterosexualidad: mediante alusiones a sus parejas, a la familia, a los niños o incluso al tipo de productos que consumen que denotan sus debilidades por el otro sexo. Nadie lo considera siquiera un acto panfletario de apoyo a sus tendencias ¿Por qué tendrían entonces lesbianas y gays que reprimirse? Esto no es sino una secuela más del régimen de armarización inserto en los comportamientos y también en la psique. Y no es fácil desprenderse de ello. Por esto, y aunque la sociedad del espectáculo y la frivolidad en que vivimos se haya cansado de esta cuestión, al no ser ya noticia, lo que se juega quien no ha salido del armario es de vital importancia y va más allá de una simple moda mediática.
Se trata de su dignidad como persona.
Nada menos.
The Depth of the Closet
by Juan Vicente Aliaga
In Mexico City there’s a bookstore named El armario abierto (The open closet). Located in the quiet colonia Codesa neighbourhood of the gigantic Mexican metropolis, it’s surprising we have to ring a doorbell in order to access the shop. We might wonder that, given the reports on street violence in the city, this is just another security measure, although the vicinity in question seems rather safe.
That a cultural and knowledge shed like the one in question is protecting itself in this particular way is nothing new, neither exclusive, in Mexico. It happens in other locations. And I can name, as similar examples, the bookstores El Cobertizo, in Valencia, and Babele, in Rome. These three establishments serve what we now call the GLBT (Gay, Lesbian, Bisexual and Transgender) community, and they’re cultural references in their respective countries.
Ahead of the issue concerning whether to respect or not these restrictive free-access internal laws that are part of specific enterprises, what surpasses in this protective attitude is the imminent fear that one of these shops might constitute a possible target of un unwanted homophobic visitor. And they’re right about that.
For many decades a shield of invisibility and shame prevented many homosexual men and women from freely expressing both their affections and sexualities. The nineties have given us, after the long battle (that still subsists) against the marginalization of People With AIDS, the rise of queer theory and the celebration of gay pride day worldwide, the clear conscience that this is the time and place to let down the mask. The same mask that many still wore on the 28th June parade.
Needless to say that this act of «coming out» implies a great amount of self-esteem, which many gays and lesbians lack due to a sense of culpability that they’ve for long carried behind their backs. A sense related to the burden of a Judaic-Christian ideology, that has associated culpability to such systems as the family or the school. And I reaffirm the oppression of these systems, namely in times like these when the family is praised on a panegyrical level (recent statistics tell us that most Spanish people praise the family as safe refuge). Systems where inequality still rules and where they teach us normative gender values that define masculinity and femininity.
«Coming out» is in! I’m not talking about «outing», so don’t mix up your concepts like many media professionals in Spain do, not to mention some leaders of GLBT associations. «Outing» means to publicly denounce someone as being a homosexual, if that someone publicly holds a dangerous homophobic attitude.
We shouldn’t trivialize: It’s been a long and painful journey for many gays and lesbians to come out of the closet. So it’s not fair that, with total lack of consideration, many sectors of our society ironically and indiscriminately use the term «out of the closet» to narrate the disclosure of some insignificant secret, of some given trick or swindle. Heterosexuals never had to pass the test, close to the act of confession, of revealing their sexual preferences in front of a specific group that they might have found intolerant to their sexual desires. They should think about this whenever they joke about «coming out of the closet». «Coming out» is not an isolated event, it’s a process, sometimes deeply extended in time and with many obstacles. You see, the closet has many doors and, in order to reach the last one, you’ll find many little doors and many small obstacles on your way. The closet is a very deep structure, as Eve Kosofsky Sedgwick would say: a structure that implies a great amount of consequences for those who are inside it, but also for those who choose to open it’s doors.
Ideally, a complete process of «coming out» would imply, not only that those who are close to you understood that the way you chose to love and have sex is as legitimate and valid as the one between people of opposite sexes, but also that in the labour sector, or any other sector, you shouldn’t have to constantly walk back a few doors inside the closet, even if temporarily.
The public sphere is heterosexual territory. Given this, it’s fair to say that not all of it is charged equally with the same signs and connotations. There are spaces with a strong homophobic energy, where verbal insult and physical aggression are very likely to take place: a football stadium, for example. A relatively safer environment would be a city centre street on a shopping day, or the outskirts of a gay-friendly neighbourhood. The city shouldn’t be stratified like this, but I fully understand the outburst of what is despicably named (and I don’t share this thought) the ghetto.
Anyway, in order to conquer equality one must surpass these geographic and mental barriers (an inhibition that has nothing to do with shyness, but is solely the result of social pressure) and shamelessly show off in whatever public spaces. And don’t give way to arguments that have traversed the GLBT community as well: why is it that if two girls proudly kiss each other in front of a church it’s considered a provocative or militant act, and if the same happens between a heterosexual couple, the interpretation would not be the same? Heterosexual visibility is such a given fact, that it’s above, it seems, any intention of proselytism. It’s not about repressing it, but to encourage the «coming out» in it’s many expressions.
We, gays and lesbians, have internalized this sense of shame to unthinkable extremes, a direct result of the lack of cultural and social references and the demeaning effect of the insults of which we’re victims, and that is why we think twice before showing off our homosexuality. Let’s focus for a while on the pernicious use of language in supposedly more intellectual circles: when a fag or a dyke speak out publicly on their sexuality they’re undertaking an act of intervention, and for such they are criticized; discretion seems to be the path to follow, otherwise you might be categorized as a screaming queen, an abyss in which any good mannered gay does not want to fall in to. The fear of being looked at as effeminate is felt by many gay men. But instead of fighting that homophobic interpretation, they neglect and sometimes emphasize it. And this is a direct result of the fact that the effeminate is the only image that homophobic strategies approve for the homosexual. It’s clearly a strategy of protection, for the heterosexual doesn’t feel threatened by a figure that has little to do with masculinity. If the collective memory shared by heterosexuals ever came close to perceive that many classic models of masculinity, such as actor Brad Davis, who was bisexual, or director Rainer Werner Fassbinder, who was gay, didn’t share their sexuality, this would surely question their masculinity. For the masculinity of these two personalities (gay machos, as you will) is doubtless. From an orthodox underlining, it seems convenient to reinforce the equation effeminacy = homosexuality, in order to maintain masculinity as the essence of heterosexual men.
Let’s consider some examples of hyperbolic masculinity (or not really, depending on your analysis): the former mayor of the city of Marbella, Jesús Gil, always with a dirty word ready to jump out of his mouth, or the president of the Spanish government, José Maria Aznar who babbles away on the size of his genitals. In spite of being hetero, many men don’t feel related to them, and really don’t even spare a minute thinking about it. They don’t identify themselves with heterosexuality: and this happens because of the very great diversity of heterosexual icons and the fact that the dominant normative discourse doesn’t even allow any kind of questioning.Heterosexuals babble away on their heterosexuality: by naming their partners, their family, their children, and sometimes the very products they consume in order to denounce their preference for the opposite sex.
No one considers this a militant act in order to support a given sexuality. Then why should gays and lesbians repress themselves to do so? This isn’t but a consequence of a «closeting» regime that influences both behaviours and the psyche. And it’s not easy to break loose of these chains. Although this society built on spectacle and frivolousness in which we live in has tired off the issue, being it no longer news, what’s in question for those still inside the closet is of vital importance and goes beyond a simple matter of fashion.
It’s about ones dignity as a human being.
Nothing less.
2 Comments:
Juan Vicente Aliaga es una de las singularidades culturales en España que ha abordado de manera sistemática y profesional las problemáticas de género. Principalmente me interesa lo que ha desarrollado a través de la labor de curaduría o comisariado es decir, lo que ha mostrado y señalado a través de exposiciones, textos en catálogos y revistas especializadas en las que se aborda la representación de las identidades sexuales. Hasta el momento sólo he podido seguir su trabajo a través de documentos pero espero poder ver alguna exposición comisariada por él y mejor aún, conocerlo personalmente durante mi estadía de dos años en Barcelona. Saludos, Sol Henaro, curadora mexicana.
Entiendo que cuando no se conoce a la persona, se incurre en idealizarla. No puede decirse nada al respecto; en mi caso, también me sentí atraído por los escritos de Aliaga, y di el paso de conocerle... jamás me defraude tanto de una persona que está tan lejos de practicar aquello que predica. Y más cuando lo que predica lo coge sin permiso de otras personas. Falsos intelectuales, activistas de pose de esta calaña no hacen ningún bien representando a ningún colectivo.
¿Alguien se ha parado a pensar el porqué de su singularidad? Aliaga ha usurpado puestos de trabajo, es un trepa de lo más vil, una víbora disfrazada de libertario y progresista...
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